Tengo miedo de abrir el ojo izquierdo. Me encuentro cómodo en este casi nada del diario íntimo, del blog ocasional y de la anécdota. Un desayuno con Neskuik y magdalenas, los patos del lago artificial, la red wifi que acabo de coger en la terraza, cruzo los dedos, lo de siempre.
Me cuestiono a mi mismo mientras escucho algo de Philip Glass y tecleo rápido, reflexionar a la carrera no es lo mejor, pensar en uno mientras te pones a escribir, tac tac, antes de que la red wifi que te ampara pase a mejor vida es una forma acelerada de existir, lo que soy, lo que transmito, es cuestión de cobertura.
Lo que está claro es que no hace falta viajar para desplazarse un poco, la vida, mudarse de piso o prepararse unas tostadas y un café con leche de soja, cebar el mate que prepara Teresa antes de irse a la cama, en el sofá. El aburrimiento es una forma de vida que se repite en los bloques de pisos del centro de Madrid, en las urbanizaciones de la playa de San Juan de Alicante, una forma de ver pasar todas esas novias que has tenido, personitas a las que te has follado y has escrito poemas para celebrar que ya ha pasado el primer lunes, el primer mes, poemas de despedida, adiós querida adiós y que te den mucho por culo.
La vida es subir a un ático cerca de la plaza Tirso de Molina y beber cervezas con una diseñadora de interiores, entrar en una iglesia, estirar el brazo y girar un poco la muñeca para mirar el reloj, cómo pasa el tiempo, un día, dos años. Te levantas, te obligas a decir esto es la vida, lo que ocurre en dos años, lo que ha ocurrido antes, lo que viene después, regar las plantas, cambiar las sábanas, los mensajes en el móvil, ¿quedamos esta tarde?
Limpiar la casa y desatascar el desagüe de la ducha, apilar libros y cds, pequeños movimientos cotidianos que activan la circulación y la absorción de grasas.
Para adelgazar hay que vivir y no comer pan en las comidas.