jueves, 28 de mayo de 2009
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martes, 26 de mayo de 2009
Con C de casa
El poeta que yo soy necesita escribir un buen poema, o un poema malo, o regular, pero escribirlo, por eso hoy he ido a un bar, o un café, del centro de alicante, es un café medio francés, se llama Celdran o algo así, y es del hijo de un boxeador francés y tiene las paredes llenas de fotografías en blanco y negro de este señor dando hostias o posando o apretándole la mano a algún famoso. El caso, que me siento en un diván e intento escribir un poema, pero nada, menuda puta mierda, no escribo nada, leo algo para calentar neuronas, escribo este post por si las moscas, claro, lo que hay que hacer es escribir, de un modo u otro el poema llegará. Lo sé. Siempre llega. Quiero escribir sobre la camarera, no porque esté especialmente buena ni porque me inspire, sino porque tengo que escribir de algo que esté fuera de mi casa, fuera del salón, de la nevera, fuera de lo de siempre, fuera de mí mismo, y un día, el otro día, esperando a C en este mismo sitio, aburrido de esperar, leyendo un mal libro de poemas que hace unos años me pareció extraordinario me puse a escribir en la página del final, la que está en blanco, y empecé a escribir sin pensar, puse, la camarera está buena, está muy buena, y estuve escribiendo hasta que me cansé, luego llegó C, me besó en la cara, en la cara, en la mejilla, y finalmente en la boca, yo en los primeros tres besos me hacía el duro pero ya no pude más, me moría, me derretía, y la besé como se besa algo sagrado. El poema o lo que sea se quedó escrito en la página del libro, sé que algo quedó, y ahora quiero terminar aquella improvisación, y no puedo, porque no soy capaz de escribir un buen poema precisamente porque quiero que sea un buen poema, aunque al principio haya escrito que me da igual que sea malo o regular. La camarera sigue estando buena, es argentina, lo sé porque la he oído hablar y porque me ha hablado cuando he pedido un baileys o como mierdas se escriba. Está buena, sí, pero no es nada interesante, así que imaginaré que la camarera no es la camarera, que es C, con una camiseta de tirantes roja y un culo excepcional (esto no tengo que imaginármelo) (lo de la camiseta tampoco). O mejor, voy a escribir acerca de C. ¿Quién es C? ¿Por qué nunca comenta ninguno de mis textos si los lee todos? La verdad, la verdad, la verdad, menuda expresión, la verdad, a la mierda con la verdad, no es la verdad es mi escritura, y mi escritura nunca es verdad, o no del todo, siempre exagero algo, siempre miento, siempre digo lo primero que pienso no lo que creo, porque no creo que, ni creo en, ni creo para, por, según so, sobre, tras. Joder. C, la cara de C, el cuerpo de C, el ponerse seria de C, el agobiarse, el no saber de C, el no quiero estudiar, el irme de aquí cagando leches de C, el despertarme de C, el besarme de C, el volverme a besar de C, el besarme otra vez, y otra y otra, el hacerme el amor de C, la piel blanca de C, la piel de C que huele a C y que huele como una manzana roja y un cruasán con chocolate, C viendo la tele, C viendo una película francesa, C explicándome cosas, C pidiendo una cerveza con ese gesto serio de C y determinado e imprevisible de C, el ir y venir de C, el llamarme por teléfono de C, el bajar del autobús, el llegar tarde, el pronunciar correctamente cada sustantivo de C y cada complemento, el mirarme fijamente de C, el fijarme, el atravesarme y romperme y destrozarme el descomponerme en partículas de C y trozos de, y pedacitos, en partes desiguales y dolientes, C partiéndome en dos, C multiplicándome, C cogiéndome de aquí, C conmigo en la cama en el sofá en las baldosas C en la barra de un café en una plaza en medio del océano, C girando alrededor, C brillando, lavándose el pelo, C con los dientes blancos, los labios de C, la perfección de los labios de C, C repetida eternamente o al menos hasta que me vaya del café, C pensándose cuando me marche, cuánto es, saliendo del café y C en su casa sin saber que C es todo lo que pienso y lo que me repito en la cabeza y en las manos y en los brazos, C en lo profundo de mi sangre, C en mis corpúsculos, en mis orgánulos, C en cada movimiento del diafragma, C en mis infecciones de oído, C en mi tenderme en la cama cada noche, C en el poner el despertador, C en las ganas de coger el móvil y llamarla y decir, eh, C, qué haces, C, escribiendo un artículo para la facultad, C en el centro, C en el café, C en las teclas de mi ordenador, C en los libros de mi estantería, C en los espejos, C en las camareras, C en los vasos de cristal y en la parte alta de los muebles, C en cada bote de champú, C en lo que se rompe, C en lo que se vuelve oscuro, C en el tango que suena por los altavoces, C apagándome la luz y dejándome ser, C en cada atmósfera irrespirable, C en el humo del bar, en lo claro del día, C en un golpe de luz, C en las hojas de los árboles y en el roto de mis bolsillos y en la tapa de todos mis cuadernos y en un cd con fotos y C en un no acabarse nunca y seguir siempre en C, viviendo en ella en cada espasmo en cada resurrección en cada trago de agua en cada salto en cada letra de canción en cada parte o cosa o gesto o en cada hueco pequeñito que me deje al borde de la cama. Ahora, ya, no puedo escribir ningún poema a ninguna puta camarera, cierro el ordenador, pago la cuenta y me voy a casa. Hasta mañana C.
sábado, 23 de mayo de 2009
DP nosécuántos 2
miércoles, 20 de mayo de 2009
diarios de la paroxetina nosécuántos
lunes, 18 de mayo de 2009
LA PORTADA


Una mañana maravillosa. y ahora lo dejo aquí, joder, que estoy trabajando.