El ir y venir de la vida, el pasarnos lo que nos pasa, el cáncer de colon, el padre que te ayuda con la mudanza, la madre que te llama por teléfono, la abuela, ay que pena hijo mío que te quiero mucho aféitate, la novia que abandonamos, el hijo que llora en su habitación, mi sobrino de 6 años, mi sobrino de 12 años, la Wii, la PSP, la Nintendo DS.
Lo que escribo en un tren con música en los auriculares de un grupo que ignoro, pasan por el pasillo viajeros que van a la cafetería, yo me fijo en las viajeras, qué remedio, me fijo en la viajera que está sentada dos plazas por delante, preparando unas oposiciones, guapa, pelo limpio, negro, largo, sombra de ojos, iris claros, labios, manos, piernas, todo muy bien, está muy buena.
Perdón, está bastante buena pero no muy buena, la he mirado bien, y es humana, tiene la cara de su padre, naricilla un poco estirada en la punta, boquita no lo suficientemente ancha, es una cara de quiero y casi puedo, dejémosla madurar, dejémosla alcanzar los 30. A los 30 años uno ya es todo lo que puede ser. El caso es que tiene ojos enormes como un dibujo manga. Ay.
Cambio de música. Cambio de música. Cambio otra vez de música. Ya. Empiezo a valorar la normalidad. La inmundicia de la fotocopia, el trabajo modesto, los 12 colores de una caja de plastidecor. En Málaga, después de la crisis sentimental de finales de diciembre y primeros de enero, después de follar mucho y más, después de ponerle la mano en el hombro a la intelectualidad joven y pretenciosa que va de joven y de matar al padre. Después de todo eso, he descubierto cosas.
A mi lado, pero con el pasillo de por medio (menos mal) una señora me pregunta que donde se enganchan los auriculares, aquí señora, mire, levante el brazo, esto es para cambiar de canal, y esto es el volumen. Cuando llegó detrás de mí, al subirnos todos al tren y sentarse en la plaza 9ª, su marido, que no viaja con ella, le subió la maleta a la repisa que tenemos sobre la cabeza y ella no Pepe que pesa mucho y luego no puedo bajarla y yo que lo oigo y que no soy tan mala gente, no se preocupe señora, yo se la bajo cuando lleguemos. Ah muchas gracias joven, de nada hombre, de nada, no es molestia.
He descubierto cosas, he descubierto algo de lo que vengo escribiendo ya algunos días, he descubierto que la magia es un truco. He descubierto que la gente especial es lo menos especial del mundo, que la gente mágica no sale de una chistera, que toda la mierda huele mal y ya no tenemos nada que hacer cuando hay metástasis.
Hace tiempo, yo me creía alguien, me creía especial, me apetecía ser diferente, nadar río arriba y descubrir lo que otros ojos no, lo que otros ojos nunca. Me apetecía tener una novia mágica, voladora, que leyera y escribiera y fuera mucho al teatro y me regalara pompas de jabón dentro de un cine antes de que empezara una película dirigida por Yuirfboncu Hjiuygb o Isabel Coixet. La magia cansa, la magia consume calorías, la magia es interesante durante 20, 30 minutos, luego ya lo que uno quiere es irse a lavar los dientes y quitarse los pelillos del entrecejo. Tanta poesía, tanto ser especial, tanto alcanzar lo sublime. Me aburre la gente divertida. He descubierto la maravilla de estar tranquilo a causa de no poder estar tranquilo, a causa de llamadas y de vamos a tal sitio y vente y venga y vamos y luego al final qué, o durante. Ya está, el aquí y ahora de escribir un rato y no pretender nada, no insultar, no reírme de, ni desearle la muerte a. Te elijo a ti porque tu sí que y los otros el resto no nada de nada. Déjame mirar por la ventana cuando viajo en tren, no me des caviar, no me des un plato decorado con sirope, por favor, ¿y el huevo frito? ¿y las papas? Lo que te hace crecer es lo que te sabes de memoria, lo que infravaloras porque está aquí, gira el picaporte, estira el brazo, pero eso es lo que te da la estabilidad que necesitas. Una estabilidad que te permite escribir, que te permite preguntarte cosas.
La poesía que le gusta al mundo a mí me huele a mierda, la poesía que leen subidos en tarimas y mirando al lado oscuro, hola, gracias por estar aquí, la poesía que me permite mirar las botellas que tengo delante, en el bar, y no hacer caso, no enterarme de nada porque no me dice nada. Me pasa con casi todo el mundo. Llegan una y dicen mira, qué grande, qué bueno, esto es sublime, me encanta este autor, este libro, este color que no existía. No me gusta tu libro, pienso, no me gusta como hueles. Leer no es mejor que no leer. Hacer deporte es más importante. Tener alguien cerca que te abrace de verdad (oh) es más importante. Mili. Comer verduras cada día. Eyacular.
Las casas que veo desde el tren son blancas, blancas luminosas solares casas de pueblo con gente de pueblo que es gente que sabe cuándo va a llover y para que sirve una espátula y un atillo de leña. Un horno de verdad. Una alpargata. Me gustan los libros y el olor a jabón Lagarto. El olor de las ascuas del brasero. Me da vergüenza darle la mano a mi abuela, me da vergüenza cada vez con mayor intensidad mirar a los ojos de la gente cuando digo algo que me sale de dentro. No me conozcas. No te metas en mi vida. Déjame seguir bebiendo cosas frías y devorando hamburguesas.
Porque de pronto lo normal, lo que no levanta polvo, lo anónimo es lo que quiero ser y tener. Un árbol me hace feliz, una serie cada martes, un sentarme y desayunar y buenos días. Un periódico los sábados. Sí. Dejen de hablarme, dejen de comerse las pollas delante de mí, esas risas, esos aplausos. Se me quitan las ganas de leer mis poemas en público, con micrófono y eso, se me quitan las ganas porque es un algo así como darme demasiada importancia, como hacer eso que digo que no me gusta en ellos, soy uno de vosotros, ese mismo.
Quiero que a la gente le gusten mis poemas, que me valoren en mi justa medida, es decir, un tipo normal, buena gente, no tonto, con miedo, alguien agradable, alguien a quien invitar a comer un día, un abrazo, un apretón de manos de verdad, muchas gracias. Eso sí. Muchas gracias. Espero que ustedes me perdonen, que perdonen mi ego por leer hoy aquí, pero es que me pagan, pero es que me gustaría vender algún ejemplar más de mi libro a alguien que realmente quiera leerlo. Las horas, los años escribiendo, espero que te guste.
No voy a echarme a llorar si no te gusta, no me importa que me odies, a mí no me gusta casi nada de casi nadie, pero respeto tu opinión, tu gusto, incluso respeto tu colonia.
No tengo fuerzas para que me digan mira, ven, corre, mira, no tengo fuerzas para que salten a mi alrededor y me digan escucha, oye, atiende, ven, corre. Un poste de teléfono es un poste de teléfono, una matrícula es una matrícula, no voy a hacerme fotos al lado de cada pequeña flor, al lado de cada mota de polvo especial, y si lo hago no voy a contártelo para que digas mira que especial soy, no voy a meter cosas dentro de un árbol, no voy a enterrar viejos rosarios en aquel huerto, y si lo hago no voy a contártelo para que digas mira que mágico soy.
Me gusta comer churros. Me gusta no hacer nada, perder el tiempo, no hablar, me gusta llegar a casa cansado sin ganas de preguntar que tal ni que me cuentes tu día, me gusta pasarme horas sin sonreír, me gusta que me ignoren y me gusta ignorar sin que nadie tenga que rasgarse la camisa. Y así la vida y las llamadas a los amigos. J.D. Salinger, eres mi héroe. Amigos, madrugar, una cerveza, la tele, el sudor, abrir un libro, silencio, teclear, el rumor de la nevera, olor a suelo recién fregado, un balcón, el sol, reír, pedir perdón, pedir permiso, usar el buenos días buenas tardes buenas noches y no pensar tanto en tantas cosas. Una camisa limpia. Un violín. Ibuprofeno. Lechugas, tomates, cuencos de madera. Una mesa para cuatro y cuatro amigos de siempre y una sandía partida en dos. Y qué hacer esta tarde, y qué no hacer esta tarde.